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Historia de Codadac y sus hermanos

Todos conocemos algún cuento de "Las Mil y una Noches". Personalmente me gustan mucho y tengo una recopilación de estos cuentos en cuatro tomos según la versión alemana de Gustav Weil. Esta obra fue redactada entre los siglos IX y XV, pero el relato que sirve de marco, la historia de Scherezada y cierto número de cuentos son mucho más antiguos. El origen de la mayoría de los cuentos es persa, árabe e indio, pero también hay alguno turco o de otro procedencia. Por eso aquí contaremos este relato de la "Historia de Codadac y sus hermanos", de origen turco que se sitúa en Harrán (actual Turquía).

"Los que han escrito la historia del reino de Yerbekir refieren que en la ciudad de Harrán reinaba en otro tiempo un rey sabio y poderoso. Amaba a sus súbditos, y éstos le correspondían con igual cariño, pues era acreedor a ello por sus virtudes, y para ser colmadamente dichoso no le faltaba más que tener un heredero. Aunque su serrallo atesoraba ya las beldades más peregrinas del orbe, no había podido tener hijo alguno. Rogaba continuamente al cielo que accediese a su petición, y una noche, mientras estaba gozando de dulcísimo sosiego, un hombre de aspecto venerable, o más bien un profeta, se le apareció y dijo:

- Tus oraciones han sido atendidas. Al fin has logrado lo que ansiabas. Tan pronto como te despiertes, levántate, ponte en oración, y haz dos genuflexiones; luego vete a los jardines de tu palacio y manda al jardinero que te traiga una granada. Come tantos granos como hijos quieras, y verás cumplidos tus deseos.

Se despertó al día siguiente el rey, y recordando aquel sueño dio gracias al cielo. Se levantó, y después de haber orado hizo dos genuflexiones; luego pasó a los jardines y comió cincuenta granos de de granada. Tenía cincuenta mujeres y todas ellas recibieron la bendición del cielo; excepto una llamada Piruze, que no daba señales de ser madre. Cobró el rey tanta aversión a esta dama, que quiso matarla.

- Su esterilidad- decía- es prueba evidente de que el cielo no considera a Piruze digna de ser madre de un príncipe. Por lo tanto, será preciso que haga desaparecer del mundo a una persona que le es odiosa al Señor.

Formada esta resolución tan cruel su visir le disuadió del intento, diciéndole que no todas las mujeres tenían un temperamento igual, y que no era del todo imposible que Piruze hubiese de ser pronto madre, aunque no hubiese aún indicio alguno del caso.

- Pues bien -respondió el rey-, que viva; pero que salga inmediatamente de la capital porque su presencia me es intolerable.

- Puede Vuestra Majestad enviarla -replicó el visir- a la corte del príncipe Samer, vuestro primo.

Satisfizo este consejo al rey y envió a Piruze a Samaria con una carta en la que pedía a su primo que la tratase bien, y que si daba a luz, le comunicase su alumbramiento.

Cuando Piruze llegó a aquel país se había ya manifestado el embarazo, y dio a luz un niño más lindo que el mismo sol. El príncipe de Samaria notificó al rey de Harrán el feliz nacimiento de aquel hijo y le dio la correspondiente enhorabuena.

Alegre en extremo el rey, contestó al príncipe en estos términos:

"Mi querido primo, todas mis demás mujeres han dado también a luz, cada una un príncipe, de modo que tengo aquí un sinnúmero de críos. Os ruego que eduquéis al de Piruze, poniéndole el nombre de Codadac, y ya me lo enviaréis cuando os avise."

El príncipe de Samaria se desveló en la educación de su sobrino, y le hizo aprender a montar a caballo, tirar al arco y cuanto corresponde a un hijo de rey, de modo que a los dieciocho años era todo un portento. Sintiéndose Codadac con un ánimo digno de su nacimiento, dijo un día a su madre:

- Señora, ya empiezo a cansarme de estar en Samaria. Siento sumo afán por granjearme nombradía. Así, pues, permitidme que vaya a ganarla en los peligros de la guerra. El rey Harrán, mi padre tiene muchos enemigos. Varios príncipes vecinos suyos tratan de hostilizarle. ¿Por qué no me llama a su lado? ¿Por qué me deja aquí tanto tiempo y me trata como a un niño?¿No debería estar ya en su corte? Mientras mis hermanos tienen dicha de pelear a su lado, ¿debo permanecer aquí en la ociosidad?

- Hijo mío -respondió Piruze-, no deseo menos que tú verte sobresalir. Quisiera que ya te hubieses señalado contra los enemigos de tu padre; pero hay que esperar a que te lo mande.

- No, señora -replicó Codadac-; harto he esperado ya. Me desvivo por conocer al rey y hasta pienso ir a ofrecerle mis servicios como un joven desconocido. Sin duda los aceptará, y no me daré a conocer hasta haberme destacado por mi denuedo. Quiero merecer su aprecio antes de que tenga ocasión de conocerme.

Aprobó Piruze tan generosa determinación, y temeroso de que el príncipe Samer se opusiese al intento, Codadac salió de Samaria sin decirle nada, pretextando ir de caza.

Montaba un caballo blanco con bridas y bocado de oro y silla con guadrapa de raso azul salpicada de perlas. Llevaba un sable cuyo puño era de un solo diamante, y la vaina de madera de sándalo embutida de esmeraldas y rubíes, y a sus espaldas el arco y carcaj. Con aquel arreo, muy realzado por su gallarda gentileza, llegó a la ciudad de Harrán. Tuvo ocasión de presentarse al rey, quien, propenso desde luego tan portentosa bizarría, o quizá por la fuerza de la sangre, lo acogió con agrado y le preguntó su nombre y estirpe.

- Señor - respondió Codadac-, soy hijo de un emir de El Cairo. Salí de mi patria con el afán de ver mundo, y como he sabido, al pasar por vuestros Estados, que estabais en guerra con algunos vecinos, vengo a vuestra corte a ofreceros mi persona.

Amanecía cuando Scherezade tuvo que suspender su narración.

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