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Historia de Codadac y sus hermanos X

El rey de Harrán, que había observado muy atentamente lo que había sucedido, estaba atónito del arrojo de aquel cuerpo de caballería cuyo auxilio inesperado había decidido la victoria a favor suyo. Sobre todo estaba prendado de su caudillo, a quien había visto pelear con extraordinario denuedo. Ansiaba saber el nombre de aquel héroe generoso, e impaciente por verle y darle las gracias, trató de reunirse con él y advirtió que le salía al encuentro. Se acercaron ambos príncipes, y rey de Harrán quedó inmóvil de estupor y júbilo al reconocer a su hijo Codadac en el denodado guerrero que acababa de socorrerle en tan difícil trance, derrotando a sus enemigos.

-Señor –le dijo Codadac., sin duda debéis asombraros viendo de repente a un hombre quizá tenido por difunto. Y así fuera si el cielo no me conservara para serviros contra vuestros enemigos.
-¡Ah hijo mío! –exclamó el rey-. Pero, ¿es posible que te vuelva a ver? ¡Ay de mí! Yo vivía y penaba sin esperanza de alcanzar tanta dicha.
Y dicho esto alargó los brazos al joven príncipe, quien le estrechó amorosamente contra su pecho.
-Todo lo sé, hijo mío –repuso el rey después de haberle tenido largo rato abrazado-. Sé la recompensa con que tus hermanos pagaron el servicio que les hiciste, librándoles de las manos del negro; pero mañana quedarás vengado. Entretanto vamos a palacio. Tu madre, a quien tantas lágrimas has costado, me aguarda para solemnizar conmigo la derrota de nuestros enemigos. ¡Cuánto será su regocijo al saber que mi victoria es obra tuya!

-Señor –dijo Codadac-, permitidme que os pregunte cómo habéis llegado a saber el suceso del castillo. ¿Os lo ha confesado alguno de mis hermanos, llevado por el remordimiento?
-No, hijo mío –respondió el rey-. La princesa de Deryabar nos informó de todo cuando vino a palacio a pedir justicia contra tus hermanos. Grande fue el gozo de Codadac al saber que la princesa, su esposa, se hallaba en la corte.
-¡Vamos, señor! –exclamó enajenado-. Vamos a ver a mi madre que nos aguarda, pues ansío enjuagar sus lágrimas y las de la princesa de Deryabar.

El rey tomó enseguida el camino de la ciudad con su victorioso ejército, y llegó a palacio en medio de las aclamaciones del pueblo agolpado en torno suyo, pidiendo al cielo que prolongara sus días y ensalzando el nombre de Codadac. La alegría de Piruze y de su nuera que estaban aguardando al rey para darle la enhorabuena, fue inerrable cuando vieron al príncipe que le acompañaba. Se abrazaron estrechísimamente, derramando copiosas lágrimas, aunque muy diferentes de las que ya habían vertido por él. Luego que todos se hubieron desahogado a sus anchas, le preguntaron al príncipe por qué milagro estaba todavía vivo.

Respondió éste que habiendo entrado casualmente en la tienda en que se hallaba desmayado un labrador montado en una mula y viéndole solo y cosido a puñaladas, le puesto sobre la mula y se lo llevó a su casa, en donde aplicó a las heridas ciertas hierbas mascadas que en poco tiempo le habían curado.
- Luego que me hallé bueno –añadió-, di gracias al labrador y le regalé los diamantes que llevaba. Me dirigía a la ciudad de Harrán cuando me enteré por el camino de que algunos príncipes vecinos habían reunido tropas y acometían a los súbditos del rey. Entonces me di a conocer en las aldeas y estimulé el entusiasmo de sus habitantes para que lucharan en su defensa. Armé gran número de jóvenes, y poniéndome a su frente llegué al trance de estar batallando ambas huestes.

Luego que el príncipe hubo terminado su narración, el rey dijo:
-Demos gracias a Dios porque te ha conservado, Codadac; pero es preciso que perezcan hoy mismo los traidores que quisieron matarte.
-Señor –repuso el generoso hijo de Piruze-, por ingratos y perversos que sean, acordaos de que son de vuestra sangre. Como son mis hermanos, les perdono su maldad e imploro vuestra gracia para ellos.

Estos sentimientos tan caballerescos arrancaron lágrimas al rey, quien mandó juntar al pueblo y declaró a Codadac heredero suyo. Después dispuso que trajeran a los príncipes, que estaban aherrojados en un calabozo. El hijo de Piruze les quitó las cadenas y los abrazó uno tras otro con tan entrañable afecto como lo había hecho en el patio del castillo del negro.

El pueblo, prendado del carácter de Codadac, le aplaudió con entusiasmo, y el rey colmó de beneficios al cirujano en agradecimiento de los servicios que había prestado a la princesa de Deryabar.


                                                         
                                    FIN

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bonito final, gracias por la traducción de este maravilloso cuento.
espero que puedas ofrecernos alguno más de los que no podamos encontrar en castellano.

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